El Despertar de la Historia

Por: Grupo Kurós
La tierra tiene memoria. Los gritos de libertad, alguna vez pronunciados, se han concentrado en los muros que levantan nuestro México. Han estado aguardando, gestando su energía durante dos siglos. Esta noche es la noche del estallido, el pueblo mexicano jamás soñó lo que sucedería.

En la ciudad de los palacios la gente guardó silencio el 15 de septiembre del año 2010. Lo que veían sus ojos en las paredes de los edificios tiznados congelaba la sangre y apretaba los cuellos; los vigilantes de aquellos muros donde Rivera, Orozco y Siqueiros dibujaron ese largo sueño que fue México, escucharon ruidos de metal chocando, pisadas poderosas, galope de caballos y gritos de avanzada. Entonces, al apuntar sus ojos hacia las pinturas, sólo hallaron espacios vacios. En las calles fue distinto, las paredes se llenaron de colores y violencia; era tanta la fuerza de aquella visión, que los cristales explotaban a su paso, la pintura se derretía y los espectaculares ardían en llamas.

El Castillo de Chapultepec cimbró al compás de los cañones, mientras en las calles comenzaba la marcha; Coyoacán pintó sus edificios con aquellas visiones recién liberadas de los murales. El orden se rompió y los corazones civiles no pudieron más que seguir por instinto la ruta. En Reforma, el murmullo cantaba dialectos antiguos, que acompañaban a las estatuas en cada huella que rompía el pavimento. El grito de guerra se convirtió en un grito de euforia y ensordeció la ciudad, todos iban marchando hacia su cuna, el Ángel de la Independencia volaba sobre sus cabezas.

Para el momento en que el suceso arribó a su destino final: la ciudad de San Miguel el Grande, la voz se había corrido y el pueblo esperaba ansioso la llegada de sus héroes de pintura, que iban corriendo, estampándose en los muros, en los árboles y en las carreteras; cualquier superficie era un pasaje que los vertía hacia adelante como un alud.


La gente aún en las oficinas los vio pasar por los bulevares; en los templos y capillas repicaron las campanas a la orden, alebrestando al espíritu. Tras el golpe de la espada y los disparos fulminantes iban regenerando la tierra, todo lo que tocaban sanaba al instante y para siempre como si estuvieran terminando la lucha de hace siglos.

El cielo soltó un aroma a celebración que inundó los pulmones, las banderas mexicanas resurgieron del suelo y los fuegos artificiales detonaron sobre las azoteas. La avanzada recorrió las calles del centro y cuando las danzas antiguas iniciaban, el tumulto se agrupó bajo la Casa del General. Ahí festejaron toda la noche en un ambiente que era una mezcla de batalla y verbena. Sus cañones revivían a los muertos, el estruendo ahuyentaba a las aves que se habían apoderado de los templos, las estatuas y las casas.

Las personas parecían hipnotizadas, pero con el corazón en una sola dirección, pues las visiones muralistas que cubrían los escenarios, trajeron de vuelta el verdadero sentido de libertad e independencia.