Texto: Francisco Grimaldi
Fotografía: Anahi Sardaneta

Sin nombre, sin leyes y sin unidades, el caos rebotaba consigo mismo una y otra vez, autodestruyéndose y naciendo del impacto sin tener descanso alguno.
La vorágine era tan indigerible que el sólo hecho de mirarla hubiera quitado la vida sí ésta hubiese existido entonces. El sonido era indescifrable, el silencio aún no se pronunciaba.