La expresión humana suele tener inicios vagos: una banda ensayando en el garaje o un niño garabateando en las libretas.
El grafiti no es tan diferente, también ha nacido como modo de expresión tanto en la forma plástica como en la lucha social y los autores sin darse cuenta estaban construyendo una obra tan magna que el mundo del arte podía y debía contenerla.
La ejecución ha adquirido diversos rostros. Una firma rápida en el autobús que indique presencia. Un trabajo a plena luz del día que cuente con permisos o un ingreso económico; o la intensidad física y mental de un performance que se logra de forma ilícita en la oscuridad de la noche con una idea premeditada e impresa en el pensamiento y que cuenta con tiempo límite antes de ser descubierto y sometido al inminente castigo.
En algún momento de su larga existencia como idea subversiva y acto de destrucción, el grafiti se corporeizó y para su trascendencia y aprecio tuvo que asumir reglas estéticas. Apoyado en esto el grafiti ha podido seguir existiendo siendo considerado como Arte a pesar de su faceta delictiva. Esto explica porque algunos famosos del grafiti como Seen en Nueva York se han convertido en iconos mundialmente famosos. Sin embargo como medio de expresión urbano el grafiti está completo ya que al ser plasmado en la vía pública se cumple con la emoción del reto y la expresión del alma sin dejar de mencionar la pervivencia del autor en sus tags: El sentimiento que nace de contemplar la firma en todas partes no difiere de aquel que sintió Rivera en sus murales terminados. Drows artista sanmiguelense coincide en que el camino para la emergencia del grafiti es convertirlo en un estilo de vida, posicionarse con la rúbrica, dejar claro que el grafiti no es obra de fantasmas sino de humanos que a aunque ocultos, existen.
México finalmente es el país de los muros pintados: Bonampak, Cacaxtla y Teotihuacán en la antigüedad; Rivera, Orozco y Siqueiros con su muralismo. Es justo que el grafiti tenga también su mención.