Por: Grupo Kurós
El arte tiene la capacidad de guiar diversas mentes a la misma frecuencia, su potencial como generador de cambios sociales puede llevar a consecuencias jamás pensadas por el artista, quien se limita a comunicar un mensaje a través de la creación. El espectador se enfrenta al mensaje en un proceso triangular, donde expone sus sentidos físicos a la obra, cuya carga significativa tiene la fuerza de provocar un primer impacto en el ser emocional; que se hace presente regresando al ser físico como un estímulo sensorial, reflejado en la reacción del cuerpo, ya sea erizando la piel, una punzada en los ojos, una contracción en el estómago… el cuerpo se vuelve capaz se sentir el mensaje de la obra.
Esta respuesta inicial, impulsa al observador a escudriñar el contenido y llevarlo al plano intelectual. Grandes ideas expresadas en el arte suelen despertar, por este proceso, una inquietud cognoscitiva: política, intelectual o social; implica encender un switch en el pensamiento. Éste, puede actuar sobre la materia viva, y el poder de la mente se vuelve aún más fuerte cuando existen varias mentes enfocadas en él; su alcance es inmedible.
A pesar de que cada espectador carga experiencias personales durante la percepción, cuando el mismo interruptor se enciende en varios sujetos, se produce un subgrupo en la sociedad, con la disposición y capacidad de hacer surgir el movimiento. Ahí nace la colectividad, en la idea compartida de aceptar al arte como un medio educativo que debe llegar a nuevas mentes.
La inquietud se debe trasladar a la acción. Es el momento de que el grupo trabaje como unidad invocando al sentir del pueblo por medio de la creación artística, implantando ante sus ojos y oídos sus propias críticas, deseos y propuestas de un cambio social, que entonces, ya puede percibirse como potencialmente masivo.