Por: Francisco Grimaldi
El otro día enloqueció mi hermano el little man, de algún modo yo siempre lo supuse, Él era extraño no se parecía ni a mamá, ni a papá, ni a ningún cristiano de por aquí. La gente decía en el barrio ¡pícale niño que tu hermano se ha vuelto loco! Pero mi hermano ya había desplumado a todas las palomas de la vecina.
Cuando llegué vi al little man comiendo plumas, a una paloma pelona temblando en el suelo yo creo que de frío, y a la doña llorando, pobre vieja, ella era una paloma también y no tenía más familia que sus viejas güilotas tristes.
¡Que estás haciendo muchacho pendejo! le dije a mi hermano mayor como si él fuera un escuincle. ¡Deja hermano, que las plumas son para largarme de aquí volando! Y se brincó la barda, se colgó de unas ramas y allá iba feliz corriendo por los tejados.
Sonreía libre y soñador mi loco hermano y un día salió a la calle, se fue bañado, se puso loción y la camisa nueva que mamá compró para los dos. Se robó a una chica del otro barrio, fueron al puente y ahí estuvieron la noche entera dándose besos, haciendo promesas, sintiendo el amor por el cuerpo y el alma, camino del boulevard mientras pasaban los autos.
Y por fin jugaron a ser marido y mujer, se encerraron en el cuarto, hermano me sacó a patadas, cerró con llave la desvistió y se recostaron sobre mi tarea de plastilina derritiéndola toda sobre la colcha, hermano se quitó la camisa se aventó sobre ella…y se la cogió.
Cogieron por horas y luego por días, y un año entero se la pasó cogiendo mi hermano, sin salir del cuarto, sin beber agua, sin probar bocado. Pobre de mi madre, sufría tanto con nosotros y sin un marido que la defendiera de sus ingratos retoños.
Por mandato de la vieja, tuve que hacer guardia día y noche frente a la puerta, esperando a que mi hermano por fin abriera para poder largarme a jugar pelota con los demás pinacates de la cuadra. Pero mi hermano ni siquiera se asomaba, no me daba esperanzas, nada.
Mamá llevaba platos y platos de comida cada día para su loco, por si le daba hambre al infeliz, y me advertía que no eran míos, y cuidadito si los tocas me decía enojada la vieja.
Y así vi pasar todo el año sobre mi cabeza, azabache vecindario de piojos y moscas. La lluvia me lavaba, el viento me secaba. Afuera festejaron mil fiestas:, la de San Sebastián, la Semana Santa, el día de todos los Santos. Escuché pasar por la calle lleno de amargura y sin poder hacer nada a mis nueve amadas posadas, fiestones que tan bien me habían alimentado por años con ponche y tamal.
Y mamá lloraba desconsolada, al ver que enero llegaba otra vez y hermano no abría la puerta. Pobre de mi vieja, la gente se burlaba de ella porque su hijo mayor había enloquecido, pero lo que más le dolía era no poder darle de comer al único que crió junto al hombre que tanto había amado y que se fue de la casa sin voltear nunca a verla, brincando por la ventana. Y yo, que si la veía, desde mi rincón llorando con tanta tristeza, también soltaba las lagrimas, quería abrazarla decirle que no llorara, sobar con mis manitas sus bellos cabellos rizados y limpiar las lagrimas tan amargas que sus ojos hundidos soltaban desconsolados. Pero mamá nunca me quiso tanto y mis manos tenían vergüenza, de todos modos me hubiera ignorado por ser un chamaco mocoso.
Y un día se abrió la puerta, yo dormía tirado en el suelo sin poderme levantar, ya no había carne en mis piernas para poder sostenerme y como tampoco tenía ya estomago, me senté por miedo a que un ventarrón me levantara y al caer me quebrara a la mitad.
Hermano salió, la chica se había evaporado ahí adentro y se asomó en forma de nube justo detrás de él, se besaron por última vez, ella se elevó bien alto y ya nunca volvió a bajar.
Aquel garañón notó mi presencia volteó a verme como si nada, el era tan fuerte, era bello como un potrillo. Se abrió paso entre los platos y platos que mi vieja había sembrado en el suelo y que ya apestaban de podridos, llenos de hormigas y grillos.
Mamá lo vio entrar y se quedó muda, era él, su hijo amado, pero era enorme y estaba loco, más loco ahora que el año pasado, mamá sabe de esas cosas por eso se dio cuenta enseguida.
Hermano se acercó a la despensa y abrió el ultimo cajón, el mismo que papá había dejado clausurado justo antes de su partida. Sacó una botella vieja y empolvada, la destapó lentamente le dio un trago, dos tragos y un trago inmenso que acabó con ese mar amarillo y amargo.
Se puso iracundo discutió con la jefa y se fue a la calle azotando la puerta al salir. ¿Pero qué le pasa a ese crío tuyo mujer? gritaban los viejos desde la otra acera sentados en sus sillas tejidas ¡Pues nada, que ayer me llegó tarde, metió a una chica a casa, y ahora resulta que también es borracho como el cabrón de su padre!
Hermano esta loquito, hoy se ha bebido otra botella cuando llegó a casa. Entró silbando canciones alegres, canciones de zapateros. Yo jugaba con el gato cuando abrió la puerta apresurado, acarició mi cabeza y me sonrió, después se asomó a la calle. Prendió un cigarrillo, estaba nervioso el pobre, me dio una fumada y me mostró las plumas que ya le iban cubriendo el cuerpo. No le vayas a decir a nadie me dijo y se puso la camisa mientras echaba a correr por la acera. Apretó bien los puños y se peleó con otro loquillo del barrio, lo golpeó bien en la cara hasta que el tipo cayó dormido.
Y mamá lloraba desconsolada desde la puerta de la casa. Y entre los coches estacionados yo volteaba a ver, primero a mi vieja y luego al little man pintándose los puños de rojo, y mi madre sufría en serio al ver a un hijo que poco a poco se le iba escapando hacia la locura, y ella sin poder dar cachetadas o nalgadas, porque ya no le pertenecían ni los cachetes ni las nalgas de su nene.
La vi con calma esperando un momento que nunca llegó, la vi sintiendo el dolor, pero no volteaba, Ella nunca voltea a verme, si acaso lo hace por accidente una vez a la semana y en la noche otro ratito sin que yo me dé cuenta, pero ahí en la calle el llanto atorado en sus pestañas no la dejaba observarme, mamá ha dejado de reconocerme se ha olvidado de mí casi sin darse cuenta.
Hermano la jodió en serio esta vez, la gente lo quiere linchar, dicen que está muy loco, y le tienen miedo las ratas y los niños que al verlo huyen y se esconden en las alcantarillas.
Robó el auto del vecino con todo y sus hijos dentro, salió disparado por la principal, los niños gritaban y mi madre se desmayó. Dos gordas le untaban alcohol en la nariz y un gordo sugería que le echaran aire.
Hermano dio vueltas por la colonia, se pasó altos, atropelló perros y gritaba feliz y hermoso por la ventana sin importarle los gemidos de sus rehenes ni la muchedumbre que le perseguía. Llegó al boulevard, cruzó el puente, dio muy rápido la vuelta y chocó en la glorieta. Rompió el concreto del camellón, rompió la estatua y se rompió la cabeza. Bajó despacio del auto bañado en sangre y bebiéndose un tinto, sacó a los chillones que nada grave tenían y los mandó a la banqueta.
La ambulancia llegó de prisa y los paramédicos quisieron revisarlo ¡Que atiendan a los niños a mi no me estén chingando! Les dijo y se sentó a ver la puesta del sol.
Hermano se quitó la ropa y la gente se sintió indignada "Pero que huevos los suyos" gritaban y era verdad, tenía unas bolas gigantes mi hermano, dos o tres kilos apostaban al verlo. Se veían estorbosas y hermano esperó ahí desnudo más o menos una hora quejándose muy poco, saludándome sonriente sin llamarme nunca a su lado como yo lo hubiera querido.
Entonces pasó que cuando aquello se encogió, el little man arrojó su botella al asfalto y se puso en verdad feliz. Me saludó contento con sus ojos brillantes, se estaba despidiendo por fin, y yo me di cuenta muy tarde porque justo en ese instante abrió sus alas y se fue volando entre la lluvia que empezó a caer ligera.
Allá arriba iba sobre los humos amargos de los aviones, libre y desquiciado mi hermano mayor.
Y aquí estoy yo sentado, llorando porque se ha ido sin llevarme con él y ya han pasado tantos días sin que en el barrio volvamos a verlo surcando el cielo, para decirle que baje ¡baja cabrón, baja! y yo ya no aguanto la mano, este plato está caliente y no puedo ni probarlo porque mamá dijo claramente Es para tu hermano y ahí se lo detienes hasta que baje.
Y si mi hermano pasa yo aviento el plato al carajo, seguro, y me voy con él, aunque no me salgan alas, ya se me ocurrirá cómo volar a su lado, aunque sea a brincos o colgado de sus garras, pero ya no quiero ver ni una sola vez como el sol se va muriendo tras los edificios y yo sentado aquí en el techo. Quiero volar lejos, quiero saber como se ve el barrio desde las alturas. Quiero que mi mamá también me sirva platos calientes y se desmaye al verme partir.