Por: Grupo Kurós
Reconociendo San Miguel de Allende como un espacio latente para el arte, en medio de la búsqueda monetaria, lugareños y extranjeros suelen ver factible lanzarse a la aventura de abrir una galería. El mercado está visiblemente saturado. Y estas “galerías exprés” tienen una caducidad predicha.
Para 139 mil habitantes –donde la gran mayoría carece de interés artístico- esta ciudad cuenta con aproximadamente 80 galerías. Cuyas paredes, en su mayoría, son tapizadas por arte foráneo. Los propietarios aseguran que entre sus visitantes y clientes arriban pocos mexicanos. ¿Qué es lo que ha propiciado este abismo?
La experiencia del vendedor dicta que el local, aparentemente falto de formación y de capacidad de costeo, simplemente no compra; lo que genera una creciente discriminación, reflejada en el groso trato al nativo cuando éste pretende desafiar los estatutos sociales y pisar un espacio dedicado al arte; espacio que debería pertenecerle. En San Miguel de Allende el verdadero arte necesita protestar, desde sus dos piezas fundamentales: creador y espectador.
Es inicuo que algunos galeristas se establezcan en esta ciudad cerrando su círculo para la gente del pueblo, quienes son en realidad la raíz y esencia de este espacio que tanto inspira a la creación. Se ha olvidado que el arte debe ser un bien común que desconozca nivel socioeconómico y nacionalidad. Debe unir estratos en lugar de distanciarlos.
Es tiempo de exigir una apertura artística, tiempo de sacudir prejuicios sociales. El sanmiguelense debe ya reclamar que su arte sea escuchado y sus ojos sean libres de vagar por la riqueza artística que habita su ciudad. Él debería ser el principal invitado en las paredes de las galerías, que ya por docenas han reestructurado la dinámica de su ciudad.